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Alejandro Canales
Centro de
Estudios sobre la Universidad de la UNAM.
Correo-e:[email protected]
Edna Luna
Instituto
de Investigación y Desarrollo Educativo de la Universidad Autónoma de Baja
California.
Correo-e:[email protected]
¿Cuál política
para la docencia?
Según las evidencias y resultados de la evaluación de los
programas de estímulos y de actualización a la actividad
académica puestos en marcha en los años noventa no hubo
una política pública efectiva para la docencia. Una política
en ese sentido tendría que considerar a la docencia como la actividad
académica fundamental de la educación superior en el país,
además de buscar un equilibrio con otras actividades, siendo la
investigación la más importante. La nueva política
tendrá que evaluar a la docencia con sus propios parámetros.
Palabras clave: Docencia, políticas públicas, evaluación.
Abstract
Based on evidence and results of the evaluation
conducted on incentive and updating programs applicable to teaching
during the nineties, no
effective public policy applied to teaching was found. A policy in such
area should consider teaching as an academic activity of key relevance
for higher education nationwide, and should focus on the balance with
other activities – research as top of the list. The new policy
will have to evaluate teaching based on its own parameters.
Key words: Teaching, public policies, evaluation.
“
De años atrás, de lustros, de siglos, se viene cometiendo
en las generaciones que nos han precedido, una gran injusticia social;
con gesto despectivo, que lastima el carácter y con maneras desdeñosas
que hieren el estímulo, se ha tratado en todo tiempo al maestro
de la escuela considerándosele como un cero a la izquierda en
valimiento y consideraciones sociales; como un ser que inspira indiferencia”.
Estas fueron parte de las palabras que acompañaron la iniciativa
de 1917 para declarar el 15 de mayo día del maestro en México1.
Al año siguiente se realizó la primera celebración
y de entonces a la fecha cada año se festeja a los maestros. Se
refrenda en discursos, en ocasiones vehementes y en otras rutinarios,
un reconocimiento a la actividad y empeño de los profesores. Para
los profesores de educación superior, cuyas relaciones contractuales
varían según la institución y el sector de que se
trate, la fecha también es motivo de celebración y si es
el caso también se le otorga algún incentivo económico
o reconocimiento profesional2. Pero la instauración de un día
festivo no ha sido suficiente para impulsar, reconocer y mejorar el trabajo
docente. En la ceremonia del día del maestro del 2003 en la Universidad
Nacional, más de ochenta años después de aquellas
palabras del Congreso de 1917, la profesora que habló en nombre
de los universitarios premiados, reprochó el hecho de que en el ámbito
nacional no existía una justa apreciación de la actividad
docente y sus virtudes, puesto que prevalecen desequilibrios en su reconocimiento
frente a otras actividades que también se desarrollan en el campo
universitario, como la investigación a la cual se le confiere
mayor valor. En consecuencia, propuso la profesora, se debería
crear un Sistema Nacional de Maestros de Educación Superior, bajo
un esquema equivalente a los sistemas Nacional de Investigadores (SNI)
o de Creadores que ya existen3.
La propuesta de crear un Sistema dirigido exclusivamente al reconocimiento
de la actividad docente puede ser o no una iniciativa viable o deseable.
Lo sobresaliente es que llama la atención sobre uno de los problemas
que persisten en el ámbito de la educación superior: la
ausencia de una política estatal efectiva para la docencia. No
se trata de una apreciación personal o institucional. Según
las evidencias y resultados que ahora conocemos, las políticas
que se pusieron en marcha en los años noventa –y aún
antes– para regularizar las plantas académicas de las instituciones
de educación superior (IES) e incrementar el nivel de escolaridad
de los profesores, tampoco se ocuparon del problema. En este texto analizamos
las medidas que se han adoptado, las tensiones que se han producido y
se sugieren elementos para el diseño de una política para
la actividad docente.
Los años noventa
En la década de los años ochenta, según se consigna
en los resultados del estado del conocimiento de esa década (Landesman,
1994), hubo un desplazamiento analítico de la figura tradicional
del docente hacia la del académico, buscando ampliar el horizonte
teórico y metodológico. Un interés generado, en
parte, por las proporciones que adquirieron los profesores en el ámbito
de la enseñanza superior, pero también por encontrar el
significado de ese crecimiento y sus consecuencias.
No es necesario insistir en el abrupto e improvisado esquema de incorporación
de la mayoría del profesorado a las instituciones de enseñanza
superior. Las contribuciones de diferentes estudios al respecto, mostraron
que no hubo una política definida que regulara el crecimiento
y formación del profesorado que atendió la fase expansiva
del sistema de educación superior en el país4.. Sin embargo,
para los fines de este texto conviene señalar que una de las pocas
iniciativas que se puso en marcha en los años ochenta que tuvo
y sigue teniendo una influencia notable fue el SNI. Pero, como sus siglas
lo indican, no fue dirigido a los docentes sino a los investigadores.
El SNI fue el primer mecanismo que realizó una evaluación
del desempeño individual, diferenció desempeños
y constituyó un circuito de prestigio que todavía permanece.
Pero no fue una opción para la actividad docente. Sólo
recientemente, a partir del año 2000, el Sistema valora en términos
relativos la actividad docente, aunque esa no es la actividad central
a evaluar.
Por otra parte, al iniciar los años noventa y después de
las graves restricciones financieras, una nueva iniciativa se puso en
marcha: la evaluación. La evaluación en distintas modalidades
y con claras consecuencias financieras para los diferentes sectores.
Pero, en el caso de la evaluación del desempeño individual,
nuevamente la docencia tampoco apareció de forma relevante. El
programa de becas al desempeño que se instauró en 1990,
tomó como referente al personal de tiempo completo para otorgar
las recompensas. Bajo este criterio no solamente se dejó fuera
a ocho de cada diez académicos que laboraban en las IES sino que
también los más favorecidos fueron los profesores ubicados
en el posgrado y la investigación, no los del bachillerato o la
licenciatura. En esa fecha, según cifras de ANUIES, el personal
académico sumaba 73,874, de los cuales el 75% eran profesores
de asignatura, el 17.1% de tiempo completo y el 7.8% de medio tiempo
(ANUIES, 2000).
Al ponerse en marcha los programas de incentivo la docencia no sólo
fue ignorada sino que se inhibió su pleno ejercicio. Tanto por
la relativa novedad de asociar desempeño con los recursos, como
por la escasa tradición de valorar de forma sistemática
la actividad académica y la relativa facilidad de generalizar
los indicadores de productividad en la investigación para las
evaluaciones, Esto es, si los beneficiarios potenciales del programa
estaban prácticamente dedicados a la docencia, tuvieron que disminuir
esa actividad o añadir otras para alcanzar un puntaje satisfactorio
y obtener el incentivo correspondiente5. Lo paradójico era que
el programa de incentivos impulsaba actividades que posiblemente el contrato
laboral no prescribía centralmente o incluso que estaban alejadas
del interés vocacional del profesor.
Las experiencias con los programas de incentivo fueron muy diversas –puesto
que la operación de la iniciativa quedó bajo la responsabilidad
de cada institución– y después del los primeros años
se hicieron algunos ajustes. Por ejemplo, en 1993 la UNAM creó los
programas de Estímulos a la Productividad y al Rendimiento del
Personal Académico de Asignatura (PEPASIG) y el de Fomento a la
Docencia para Profesores e Investigadores de Carrera (FOMDOC). El primero
destinado a recompensar a los profesores por hora según el número
y tipo de clases impartidas y el segundo dirigido a premiar al personal
de carrera según su actividad docente. De cualquier forma, el
alcance de estos dos últimos programas, y en especial del PEPASIG,
fueron limitados. En 1997 los fondos destinados al programa docente de
asignatura representaban apenas una cuarta parte de los que se destinaban
al personal de tiempo completo; además, mientras que el 80% del
personal de carrera recibía incentivos, para los de asignatura
el porcentaje era de 50% (DGAPA-UNAM, 1997); Estadísticas. Programas
de Estímulos Académicos. UNAM, 1997). En ese mismo año
también se puso en marcha el programa de Distinción al
Profesor de Asignatura (DIASIG), para recompensar el trabajo excepcional
de los profesores de esta categoría, pero su alcance todavía
fue más limitado (18 profesores en ese año). A pesar de
que la experiencia de la UNAM y la de otras instituciones federales y
estatales con los programas de incentivo no son iguales, lo que importa
subrayar es que la docencia no fue la actividad central en la iniciativa6.
Pero en los años noventa también se pusieron en marcha
otras iniciativas. Los dos programas más importantes fueron el
Nacional de Superación del Personal Académico (SUPERA)
y el de Mejoramiento del Profesorado (PROMEP). El primero, bajo la operación
de ANUIES, inició su actividad en 1994 y tenía como principal
objetivo otorgar becas para estudios de posgrado a personal de carrera
de las instituciones afiliadas a la Asociación y apoyos complementarios
para las mismas instituciones. Según las cifras de ANUIES, entre
1994 y 1996 se otorgaron 1,596 becas (de cada diez becas, siete fueron
para maestría, dos para doctorado y una para especialización).
A partir de 1998, una vez que entró en operación el PROMEP,
el SUPERA solamente atiende al personal de carrera de los Institutos
Tecnológicos Públicos Federales (ANUIES, 2000).
Por su parte, el PROMEP se estableció en 1996 como un programa
del gobierno federal e intentó un horizonte más allá del
periodo sexenal (fue formulado como un programa a mediano plazo para
el 2006). Particularmente se planteó: la consolidación
de los cuerpos académicos; la diferenciación deseable de
las dependencias de la educación superior; la mejora de las normas
internas, la gestión y la infraestructura; y, la adecuación
de la normativa de la educación superior (SEP-ANUIES, 1996). En
la actualidad la cobertura del PROMEP se extiende a 70 IES públicas
de los estados. Los principales apoyos que se otorgan son: becas a profesores
de tiempo completo para realizar estudios de posgrado de alta calidad;
apoyar a los profesores que cumplan con eficacia y equilibradamente con
las funciones académicas otorgándoles entre $30,000.00
y $40,000.00 para adquirir elementos básicos para el trabajo académico
(adecuación del cubículo del profesor, mobiliario para
el área de trabajo, equipo personal de cómputo y periféricos,
acervo bibliográfico o informático especializado y equipo
para experimentación); apoyar la formación y desarrollo
de cuerpos académicos hasta su consolidación incluyendo
becas posdoctorales; y apoyar la incorporación de nuevos profesores
de tiempo completo y ex becarios PROMEP con estudios de doctorado proporcionándoles
los elementos básicos para el trabajo académico. Desde
su inicio y hasta finales de 2001, según la información
de la propia SEP, se otorgaron 3,371 becas (2,398 nacionales y 973 para
el extranjero) y se concedieron 6,231 nuevas plazas para la contratación
de profesores de tiempo completo con estudios preferentemente de doctorado.
A pesar de que se reconocen algunas bondades al PROMEP (su visión
realista y de mediano plazo, la integralidad de las opciones, la vinculación
con el proyecto institucional), también se señala que adolece
de problemas, como un diagnóstico basado en cifras poco confiables
sobre las dimensiones del personal académico (solamente se conoce
el número de plazas no el de individuos) o su idea de la carrera
académica (De Vries y Álvarez, 1998).
Sin duda, ambos programas han cumplido un importante papel para mejorar
la formación del personal académico. Sin embargo, por una
parte, no debemos soslayar que sus logros hasta ahora son modestos si
consideramos el total de becas otorgadas (alrededor de cinco mil) y el
total de plazas que actualmente existen en la licenciatura y el posgrado
(poco más de 200 mil). También cabe subrayar que se dirigieron
al personal de carrera y quedaron pendientes la gran mayoría de
profesores por horas que son quienes llevan a cabo la actividad docente.
Por otra parte, cabe advertir que un mayor nivel de escolaridad u ofrecer
estabilidad laboral no resuelve de forma automática el problema
del buen profesor para el conjunto institucional o el desarrollo de la
vocación docente.
El presente y sus perspectivas
La actividad docente no puede permanecer al margen
de las iniciativas, pero ¿está en curso una política para este efecto?
Tal vez antes de precisar este aspecto, conviene trazar en sus dimensiones
cuantitativas más gruesas las dimensiones actuales del personal
académico. De acuerdo a las cifras más recientes, se estima
que el total de plazas académicas en las IES es de 230,9797. De
ese total, el 84% se localiza en la licenciatura universitaria y tecnológica,
el 9% en el posgrado y el 7% en la enseñanza normal. Si los ubicamos
por régimen público y privado, en el primero estarían
el 61% y en el segundo el 39%. Según las cifras de ANUIES, al
final de los años noventa, de cada diez plazas, tres eran de tiempo
completo, una de medio tiempo y las seis restantes por horas; una década
antes eran dos, una y siete, respectivamente. En cuanto al nivel de escolaridad
del personal que labora en la licenciatura, la ANUIES indicó que
en 1998 el 57% contaba con licenciatura como máximo grado académico,
el 16% con maestría y un 3% con doctorado (ANUIES, 2000).
Las políticas gubernamentales planteadas en el Plan Nacional de
Educación 2001-2006 (PNE) destacan la continuidad de los programas
de formación iniciados en la década anterior y la consolidación
de los cuerpos académicos en las IES. Particularmente, en las
líneas de acción sobre el profesorado y que permitirán,
según el Plan, alcanzar un sistema de calidad, se anotan el fortalecimiento
del PROMEP y SUPERA para los profesores en activo, así como la
instauración de un programa de actualización de profesores
de asignatura y el desarrollo y consolidación de cuerpos académicos
en IES públicas localizadas fuera del DF. Algunas de las metas
más importantes que se anuncian son: entre 2001 y 2006 otorgar
5,000 becas PROMEP e igual número de plazas en instituciones públicas
para la contratación de profesores de carrera con estudios de
posgrado; incrementar el número de becas-crédito de 5,984
a 22,400 para el 2006; duplicar el número de graduados del doctorado
e incrementar en ocho puntos porcentuales para el 2006 el personal académico
de carrera con estudios de posgrado. Además, otra meta, que podría
tener amplias repercusiones para el profesorado y especialmente para
la actividad docente, es la que establece que se dispondrá en
2003 “de un nuevo marco normativo del programa de estímulos
al desempeño del personal docente” (p.209)8.
Respecto de los planes que se piensan llevar a efecto conviene hacer
algunas precisiones. Como ya comentamos, elevar el nivel de formación
del personal académico es importante, pero no es suficiente para
garantizar una mejora en su actividad docente. También llama la
atención que una de las líneas de acción del mismo
PNE, la que sugería un programa de actualización de profesores
de asignatura, no fue considerada en las metas; nuevamente, la figura
del profesor por horas se queda al margen. Por otra parte, todavía
no se conoce la nueva regulación de los programas de incentivo,
pero sin duda será la iniciativa más importante en un eventual
cambio en la valoración docente. En líneas anteriores hemos
comentado que los programas de incentivo han privilegiado la investigación
sobre la docencia, entonces cabría esperar que los cambios fueran
en el sentido de reconocer las deficiencias y ponderar la capacidad de
las iniciativas. Si ese fuera el caso, se podrían considerar aspectos
como los siguientes.
Primero, habría que reconocer el carácter central de la
actividad docente en nuestro subsistema de enseñanza superior.
Hasta ahora, las diferentes iniciativas para el personal académico
han puesto énfasis en una figura académica interesada en
las actividades de investigación y la dedicación completa,
pero se tendría que aceptar que ese perfil no encaja con la amplia
mayoría del personal que labora en las instituciones y tampoco
con la función profesionalizante de la mayor parte de instituciones.
Al final de la década pasada, según los datos de ANUIES,
de las poco más de 1,500 unidades académicas en el país,
el 87% correspondía a IES que tenían como función
primordial la docencia a nivel licenciatura (no de posgrado) y concentraban
cerca de la mitad de la matrícula total de educación superior
(ANUIES, 2000). Aguardar el relevo generacional del profesorado o los
resultados graduales de los programas de formación en marcha puede
implicar un mayor deterioro de la actividad docente y un deficiente nivel
formativo para varias generaciones de alumnos. Más todavía,
el problema se agrava en un contexto en donde los sistemas educativos
a nivel internacional enfrentan, por un lado, el reto de grandes volúmenes
de información y conocimiento y por otro, la exigencia de esquemas
de aprendizaje a lo largo de la vida que presionan por un cambio en los
modelos de enseñanza. Además, conviene tener presente que,
a diferencia del pasado, en la actualidad otras instancias le disputan
a la universidad el monopolio y definición de lo que es conocimiento
(Barnett, 2002). En este sentido, parece primordial reconocer el tipo
de instituciones que predominan en el subsistema, los imperativos del
cambio en los modelos de aprendizaje y la urgencia de mejorar el desempeño
docente.
En segundo lugar, si se quiere mejorar la docencia, las iniciativas,
aunque parezca obvio, tendrían que dirigirse precisamente a ello
y no a otras finalidades. Las medidas que se pusieron en marcha en la
década anterior, como la evaluación del desempeño
individual, decían ocuparse de mejorar la docencia pero en realidad
calificaron y premiaron otras funciones. Los programas para incrementar
el nivel de escolaridad de los profesores o su estabilidad laboral son
importantes pero, como ya argumentamos, no necesariamente tienen un impacto
en la actividad docente. Otras opciones como forzar un vínculo
de las actividades docentes y de investigación no parece ser suficiente.
Este camino ya se intentó a través de figuras académicas
que nominalmente reúnen en una misma persona ambas funciones o
las reglamentaciones especiales que cada institución puso en marcha
a fines de los años noventa. Por ejemplo, en 1998 la UNAM se emitió unos
lineamientos que intentaban llevar al personal con nombramiento de investigador
a las aulas del bachillerato, la licenciatura o el posgrado9. En la UAM,
por su parte, se intentó poner en marcha el proyecto “Políticas
generales y operacionales de docencia” a fines del año 2000,
mediante el cual intentaba modificar las condiciones de impartición
de la docencia. La discusión sobre su instrumentación fue
muy álgida y generó oposición en algunos sectores
académicos. Finalmente, la decisión sobre su instrumentación
fue aplazada por el Colegio Académico de la UAM y la iniciativa
quedó en suspenso. El vínculo entre la docencia y la investigación
es deseable y posible en las IES, especialmente en el posgrado como lo
señala Clark (1997). Pero llevar a los investigadores a las aulas,
deja casi intacta a la gran mayoría del personal que se encarga
de la docencia, de modo que no hay más opción que concentrarse
en la docencia misma.
Finalmente, cualquier iniciativa deberá enfrentar el problema
de cómo impulsar y mejorar efectivamente la docencia. Sin duda
son varios los factores que influyen en esta tarea. Unos se refieren
a las condiciones salariales y laborales del profesorado, otros a las
formas de gestión, organización y climas de las IES, y
unos más a las opciones de desarrollo vital de la carrera docente.
Lo más difícil, sin embargo, es ubicar los rasgos que caracterizan
al buen profesor. Aquí importa no solamente las calificaciones
del profesor o su dominio de los temas sino también ese otro componente
intangible que se combina en la actividad docente: “Incapaz de
ser definido de manera formal y enseñado de manera abierta, el
intangible es tácito, en gran medida no hablado y silencioso al
transmitirse” (Clark, 1997: 363). El fomento de esa vocación
docente será imprescindible si se quiere estimular al buen docente
e incrementar la calidad del sistema educativo. Un reto más es
la clara diferenciación y complementación de la docencia
con otras actividades que también se desarrollan en las IES. La
investigación es la actividad con la que guarda una relación
más ambivalente, pero no tendrían porque competir si se
establece claramente cuál es la misión y el perfil de la
institución de adscripción del docente y en dónde
es posible el trabajo complementario. La experiencia de otros países
muestra que no es sencillo alcanzar un equilibrio adecuado, puesto que
implica una reestructuración normativa y de funciones que no siempre
es posible alcanzar10. Sin embargo, parece no haber más opción
que intentarlo si en verdad se quiere impulsar la docencia. Por último,
pero igualmente importante, si los programas de incentivo seguirán
ocupando un lugar central en las políticas para el profesorado
y si el compromiso gubernamental es que en este año estará listo
un nuevo marco normativo, sería conveniente que la docencia no
fuera menospreciada nuevamente y, algo fundamental, encontrar un una
forma técnicamente satisfactoria de evaluarla.
Referencias
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Superior (2000). La Educación Superior en el Siglo XXI. Líneas
Estratégicas de Desarrollo, México, ANUIES.
Barnett, R. (2002). Claves para entender la universidad en una era de
supercomplejidad, Madrid, Pomares.
Clark, B. (1997). Las universidades modernas: espacios de investigación
y docencia, México, UNAM-Coordinación de Humanidades.
De Vries, W. y Álvarez, G. (1998). “El Promep: ¿posible,
razonable y deseable?”, Sociológica, año 13 No. 36,
México, UAM-Azacapotzalco.
DGAPA-UNAM (1997). Estadísticas. Programas de Estímulos
Académicos, México, UNAM.
Gil Antón, Manuel (1991). La formación del cuerpo académico
1960-1990. Documento sobre el Proyecto sobre Políticas Comparadas
en Educación Superior en América Latina. El caso de México,
México.
Gil Antón, Manuel et al. (1994). Los rasgos de la diversidad.
Un estudio sobre los académicos mexicanos, México, UAM-A.
Kent Serna, Rollin (1986a). “¿Quiénes son los profesores
universitarios? Las vicisitudes de una azarosa profesionalización”,
Crítica, 86 (28), México, UAP.
Kent Serna, Rollin (1986b). “Los profesores y la crisis universitaria”,
Cuadernos Políticos (46), México, Era.
Landesmann, Segall, Monique et al. (Coord.) (1994). “Los académicos
en México: un mapa inicial del área de conocimiento”,
en Sujetos de la educación y formación docente, P. Ducoing
Watty y M. Landesmann (Coords.), México, Consejo Mexicano de Investigación
Educativa.
Presidencia de la República (2002). Anexos estadísticos
del Segundo Informe de Gobierno, México.
SEP- ANUIES (1996). Programa de mejora del profesorado de las instituciones
de educación superior (PROMEP), versión septiembre de 1996.
SEP (2001). Programa Nacional de Educación 2001-2006, México.
Secretaría de Educación Pública (2003). Reglas de
operación e indicadores del Programa de Mejoramiento del Profesorado
(PROMEP), http://www.secodam.gob.mx/dgores/reglasR11%20Promep%200 Documento
obtenido 6/17/2003.
PIES
1 La iniciativa fue presentada por los diputados Benito Ramírez
G. y E. Viesca Lobatón el 27 de septiembre de 1917. Cf. Diario
de los debates de la Cámara de Diputados. Periodo ordinario. XXVII
Legislatura Tomo II. - Número 20. México, 28 de septiembre
de 1917. (www.diputados.gob.mx/servddd/debates, consultado el 27 de junio
de 2003)«volver«.
2La relación contractual de los profesores de educación
básica es completamente distinta. Agrupados en el gremio más
numeroso del país y si las negociaciones lo permiten, el día
es propicio para anunciar mejoras en las condiciones laborales«volver«
3El discurso y la propuesta fueron expresados en la UNAM por la profesora
emérita Juliana González. Cf. Gaceta UNAM. No. 3,633, México
19 de mayo de 2003.
«volver«
4 La literatura
se ha incrementado en la última década,
pero entre los estudios pioneros se pueden mencionar los de Kent (1986a;
1986b) y Gil et al. (1991 y 1994). «volver«
5 Los lineamientos gubernamentales ponderaron los rubros de evaluación:
20% la formación y la escolaridad; 40% la productividad y la calidad
del desempeño; y 40% las aportaciones a las labores docentes.
Cf. Gaceta UNAM, 5 de marzo de 1990.
«volver«
6 También se ha acumulado ya un recuento de experiencias con
los programas de incentivo en diferentes instituciones. Se pueden consultar:
Rueda Beltrán, M., Díaz-Barriga Arceo, F. y Díaz
Pontones, M. (coords.) (2001). Evaluar para comprender y mejorar la docencia
en la educación superior, México, UAM-UNAM-UABJO; Díaz
Barriga, Angel y Teresa Pacheco M. (coords.) (1997). Universitarios:
institucionalización académica y evaluación, UNAM-CESU;
Didou Aupetit, Sylvie (1993). Balance de la política de revaloración
de la carrera académica en la Universidad Autónoma Metropolitana
1989-1993 (resumen ejecutivo), México; Ibarra, Colado E. (coord.)
(1993). UAM. La universidad ante el espejo de la excelencia, Enjuegos
organizacionales, México, UAM-I.«volver«
7 Las cifras corresponden a los Anexos Estadísticos del Segundo
Informe de Gobierno de Vicente Fox Quesada, Presidencia de la República,
México, 2002.«volver«
8 El PNE, en su parte diagnóstica señaló que: “Adicionalmente,
los programas de estímulo al desempeño del personal académico,
si bien han permitido retener a los profesores de carrera del más
alto nivel en las instituciones públicas, adolecen de varios problemas
de concepción y funcionamiento como son los mecanismos de dictaminación
deficientes, el predominio de en la evaluación de los profesores
de criterios cuantitativos de trabajo individual sobre los de grupo,
la heterogeneidad de su aplicación en las instituciones, la desproporción
que guarda el monto de los estímulos respecto al salario, y el
escaso reconocimiento a las actividades de apoyo al aprendizaje de los
alumnos que realizan los profesores” (PNE 2001-2006: 195-196).«volver«
9 En 1998 el Colegio de Directores de la UNAM, un órgano sin personalidad
jurídica, emitió una circular denominada “Políticas
para enriquecer la función docente de la UNAM”, la cual
tenía por objeto: “fomentar la articulación entre
las facultades y escuelas con los institutos y centros en el ámbito
de la docencia” (Circular 310898).«volver«
10 Por ejemplo, el Informe Universidad 2000 (mejor conocido como Informe
Bricall), que sirvió de base para la reforma de la universidad
española, en su apartado No. VI sobre el personal académico,
sugiere “contar con el personal adecuado al tipo de formación
que la institución hace y a la investigación que desarrolla;
de manera que habrá que contar con un tipo de profesor dedicado
preferentemente a la docencia y con un tipo de investigador dedicado
preferentemente a la investigación. Este avance podría
generar de inmediato un rechazo. [...] Sin embargo, cuando –más
allá de las palabras se estudian con rigor las actividades que
desarrollan realmente las personas dedicadas con eficacia contrastada
a tareas de enseñanza superior, se comprueba de inmediato que
en numerosas titulaciones de formación profesional superior se
requiere una menor actividad investigadora” (Conferencia de Rectores
de las Universidades Españolas. Informe Universidad 2000, España:
329)
Frida Díaz Barriga
Marco Antonio Rigo
Realidades y Paradigmas de
la Función Docente: Implicaciones sobre la Evaluación Magisterial
en ducación Superior
Benilde García Cabrero
La Evaluación de
la Docencia en el Nivel Universitario: Implicaciones de las Investigaciones
acerca del Pensamiento y la Práctica Docentes
Mario Rueda Beltrán
Leticia Elizalde Lora
Alma Delia Torquemada González
La Evaluación
de la Docencia de la Docencia en la Universidades Mexicanas
José María García
Garduño
Los Pros y los Contras del
Empleo de los Cuestionarios para evaluar al Docente
Edna Luna Serrano
Maria Consuelo Vañlle
Espinoza
Guadalupe Tinajero Villavicencio
Evaluación de
la Docencia: Paradojas de un Proceso Institucional
María Isabel Arbesú García
Javier Loredo Enríquez
Miguel Monroy Farías
Alternativas Innovadoras
en la Evaluación de la Docencia
se aceptan colaboraciones
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